Siendo miércoles por la madrugada, tengo el gusto de estar estudiando frente a mi laptop revisando guías, libros, reviews y demás cosas médicamente interesantes. No tengo sueño y tomo mientras tanto una taza de aromático café pasado. Hace frío pero estoy tan concentrada que es lo de menos.
Entre estos sorbos y mientras me pongo de pie para estirar un poco las piernas, me acuerdo de mis días de facultad, de los primeros años, cuando no tenía computadora y cuando tampoco tenía internet ni en casa ni cerca a ella. Recuerdo el haberme quedado unas cuantas noches en casa de algún compañero o compañera para poder terminar un trabajo o leer algo más on-line. Me acuerdo de esas largas sesiones en cabinas públicas frente a mi universidad compartiendo espacio con chicos de colegio, con otros universitarios o con jóvenes calenturientos que llenaban el estrecho espacio del recinto para ver cosillas un tanto pícaras. Recuerdo rodar por varias de esas cabinas públicas, tan variadas en colores y olores, hasta muy entrada la noche o hasta que el encargado me decía: "Amiga, ya vamos a cerrar"... ¡Vaya, y ni qué decir de la búsqueda desesperada de algún servicio de impresión abierto a las 10 de la noche! Todo un corre-corre como diría mi tía Rafa.
Que cómodo me resulta ahora todo cuando pienso en aquello. Ahora, unos cuantos años después, lo primero que hago al levantarme es encender mi modem, asearme mientras carga el internet, abrir mi laptop y revisar las noticias y mi correo electrónico. Todo en pijamas y en al menos 10 o 15 minutos.
Gracias papás.
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